Una experiencia maravillosa: Amancio Prada, trovador de otro siglo, en Almería

19 Oct 2025

     El sábado 18 de octubre, en la ciudad de Almería, vivimos una velada que quedará grabada en la memoria de quienes tuvimos la fortuna de asistir. En el escenario del Auditorio Municipal Maestro Padilla se presentó Amancio Prada en su gira conmemorativa “Libremente – 50 años en escena”, y lo que aconteció no fue un simple concierto: fue una experiencia maravillosa, un viaje hacia un mundo donde el tiempo parecía diluirse, y en el que sentimos que estábamos ante un trovador antiguo, como si perteneciera a otro siglo y hubiésemos retrocedido en el tiempo disfrutando de aquel bondadoso y hermoso arte del trovar.

El contexto: Almería, el auditorio y la cita

     La cita estaba marcada en el calendario cultural desde hacía semanas. El Área de Cultura del Ayuntamiento de Almería había incluido este recital antológico dentro de su programación de otoño, y la expectación era evidente. El auditorio, con su elegancia contenida, proporcionó el marco ideal para esa noche en la que la voz y la poesía iban a entrelazarse. A las 20:30 horas, con puntualidad casi ceremonial, el silencio se apoderó de la sala. En el aire se percibía algo especial: una mezcla de emoción, respeto y nostalgia. El público sabía que no solo iba a escuchar canciones, sino a encontrarse con una forma de arte que se resiste al paso del tiempo.

Amancio Prada: el hombre y su leyenda viva

     Nacido en Dehesas (León) en 1949, Amancio Prada ha sido durante medio siglo un puente entre la poesía y la música. Su carrera —tan personal como coherente— ha mantenido viva una forma de canto que hunde sus raíces en la tradición oral y la lírica medieval. No es solo un intérprete; es un heredero del arte del trovar, un continuador de una línea de juglares, monjes y poetas que encontraron en la palabra cantada una forma de conocimiento.

     En sus conciertos, Prada no “actúa”: celebra un rito. En cada verso se reconoce al cantor que ha hecho de la fidelidad a la poesía su bandera. Canta a Rosalía de Castro,  a Lorca, a Bécquer, a Agustín García Calvo. Pero, sobre todo, canta desde la humildad del que escucha antes de hablar.

La zanfoña: puente entre el pasado y el presente

     El sonido de la zanfoña —esa cuerda frotada por una rueda que produce una vibración ancestral, casi hipnótica— se convirtió en uno de los momentos más mágicos de la noche. No es frecuente escuchar este instrumento en los escenarios contemporáneos, y menos aún en manos de quien sabe hacerlo hablar como si evocara siglos de historia. Cuando Prada comenzó a girar lentamente la manivela, un murmullo antiguo pareció despertar en el auditorio. La sala se llenó de una sonoridad circular, envolvente, que no venía del tiempo presente sino del eco de monasterios, plazas y caminos de otro siglo. Aquella zanfoña no era solo un instrumento: era un portal, una cuerda tendida entre la Edad Media y el ahora. En ese momento, muchos sentimos con claridad que estábamos ante un trovador que había viajado desde otra época para recordarnos que la música puede ser plegaria, narración y consuelo al mismo tiempo. El zumbido continuo del bordón, la cadencia hipnótica y la voz cálida de Prada dieron lugar a uno de esos instantes en los que el público apenas se atreve a respirar. Fue un acto de alquimia sonora: la materia del pasado transformada en emoción viva.

Entre lo íntimo y lo colectivo

     La atmósfera que se generó en el auditorio fue irrepetible. Hubo momentos de recogimiento absoluto, seguidos de otros en los que el público acompañaba con un suspiro o con un gesto de aprobación. Nadie se distrajo: todos estaban dentro del mismo círculo de silencio y escucha. La zanfoña, la guitarra y la voz formaban un triángulo perfecto, donde cada elemento servía al otro. La textura áspera y antigua del instrumento medieval se combinaba con la suavidad melódica de su canto. Y en medio, la palabra: el verso hecho música, la poesía que vuelve a su raíz oral. El resultado fue una comunión entre arte y audiencia. Amancio Prada no impone; invita. Y esa invitación a la calma, a la lentitud, a la escucha, es quizá su gesto más revolucionario en estos tiempos de ruido.

Momentos que quedan

     Sonaron piezas de Rosalía y de Lorca, donde su voz se volvía casi susurro, y otras en las que la cadencia gallega dejaba un regusto a mar y nostalgia. Pero lo más admirable fue cómo cada canción se sentía nueva, fresca, contemporánea, aunque viniese de siglos atrás. Prada no revive el pasado como un arqueólogo: lo reinterpreta como un ser vivo. Y eso se notó en cada acorde.

Aplausos, silencio y trascendencia

     Cuando el concierto llegó a su fin, el auditorio permaneció en silencio. No de frialdad, sino de respeto. Ese tipo de silencio que solo se produce cuando se ha asistido a algo que conmueve profundamente. Y luego, un aplauso largo, sostenido, sincero. Amancio Prada volvió al escenario, agradecido, y tocó una última pieza, breve y luminosa, que pareció una despedida amable entre amigos. “Gracias”, dijo con sencillez. Y el público respondió con gratitud, de pie, consciente de que había participado en algo más que un espectáculo: en una ceremonia de belleza.

Un trovador en nuestro tiempo

     No es exagerado afirmar que, esa noche, Amancio Prada fue un trovador de otro siglo. Su canto no busca la nostalgia sino la continuidad; no pretende imitar lo antiguo, sino recordarnos que en lo antiguo también está la semilla de lo eterno. La zanfona fue su emblema sonoro, el signo de esa conexión con el pasado; su voz, el instrumento que la tradujo al presente. Y en esa fusión, la música se volvió experiencia espiritual. El público salió del Maestro Padilla con la sensación de haber vivido una experiencia maravillosa, en la que tiempo y espacio se disolvieron, y la palabra cantada recobró su poder original: unir, sanar, recordar.

Epílogo: el arte del trovar sigue vivo

     En un mundo acelerado, donde la música a menudo se mide por su inmediatez, una noche con Amancio Prada es un recordatorio de que el arte puede seguir siendo un acto de resistencia, de amor y de contemplación. Su canto nos hace retroceder en el tiempo, pero no para huir del presente, sino para reconectarnos con lo esencial. La zanfona —ese instrumento que vibra con siglos de historia— se convierte así en metáfora: una cuerda que, al girar, une lo antiguo y lo nuevo, el silencio y la palabra, el alma y el oído. Y en esa unión radica la fuerza de su arte: el arte del trovar, ese bondadoso y hermoso arte que, gracias a Amancio Prada, sigue vivo, respirando entre nosotros.

Fotografías: Lancelot Makarevich

Texto: Beatriz Sánchez

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