Una noche donde la música se vuelve trascendental: Currentzis & musicAeterna en Valencia

20 Oct 2025

     El pasado domingo 19 de octubre, en el auditorio del Palau de la Música de Valencia, asistimos a un acontecimiento que bien puede calificarse de extraordinario. No se trató simplemente de un concierto más, sino de una experiencia que logró transformar la, en principio, familiar cita con la música en vivo en algo que rozó lo trascendente.

     A las 19:00 horas comenzó la velada con la entrada del público en una sala que, ya desde los primeros compases, respiraba expectativa. No era únicamente la presencia de Teodor Currentzis —uno de los directores más singulares de la actualidad— al frente de su orquesta musicAeterna, sino también el programa dedicado al gran barroco Georg Friedrich Händel (1685-1759) lo que sugería que lo que nos esperaba podía dejar huella.

El escenario: Palau de la Música, Valencia

     El Palau de la Música de Valencia, con su arquitectura y acústica cuidadosamente proyectadas, se convierte por momentos en algo más que un auditorio: un espacio casi ritual para la música en directo. Cuando las luces bajaron y la orquesta entró, el silencio se adueñó de la sala, como anunciando que algo distinto se estaba por producir.

     En ese ambiente, el director apareció en el podio, su gesto breve, su mirada concentrada, y los músicos parecieron adquirir una tensión especial. Aunque el formato era clásico —una orquesta y coro de alto nivel ejecutando música de Händel—, la atmósfera era cualquier cosa menos convencional. La precisión, la intensidad y la conexión entre director, músicos y público fueron palpables desde el inicio.

Teodor Currentzis: dirección con carga emocional

     Teodor Currentzis es un director cuya reputación le precede: nacido en Atenas, formado en San Petersburgo con el maestro Ilia Mussin, y conocido por su estilo poco ortodoxo, su entrega total y su capacidad para extraer sonidos como si se tratara de revelar un secreto. Fundador del conjunto musicAeterna, ha removido las aguas de la interpretación clásica para proponer lecturas tan rigurosas como viscerales.

     En la velada de Valencia su presencia se sintió como un imán: cada gesto suyo —una mirada, un movimiento de la mano, una pausa— tenía significado. En lugar de limitarse a marcar el tempo, Currentzis estableció un diálogo con los intérpretes y, de modo casi invitante, con el público. No era público mero espectador: se sentía implicado, absorbido. Esa implicación generó algo extraordinario: un espacio de tensión musical que no se limitó a la técnica impecable, sino que buscó la emoción auténtica.

musicAeterna: intensidad y entrega

     La orquesta y coro musicAeterna, agrupación de referencia en la escena internacional que mezcla virtuosismo y audacia interpretativa, respondieron a la batuta con alta dosis de compromiso.  Su sonido en esta velada fue vivo, detallado, y al mismo tiempo expansivo: en los pasajes más líricos era capaz de susurrar, y en los momentos de pleno furor barroco, de rugir con convicción.

     Lo que hicieron en Valencia hizo sentir que la música no era ya un objeto estético, sino un organismo en evolución. En ciertos momentos, los silencios entre notas, la respiración colectiva, los gestos minimalistas, adquirieron tanta importancia como los acordes. Y ahí radica la grandeza de una interpretación que no se conforma con ejecutar, sino que busca conmover.

El repertorio de Händel: vida, contraste y profundidad

     El programa estaba dedicado al universo de Händel, como es habitual en las propuestas de Currentzis con musicAeterna. Obras seleccionadas para esta celebración (que conmemoraba el 340º aniversario del nacimiento del compositor) ofrecieron un recorrido expresivo que abarcó desde lo ceremonioso hasta lo lírico y dramático.

     La puesta en escena musical reflejó esa amplitud: momentos de brillantez y pompa barroca, como las oberturas y coros grandiosos, alternados con aria íntimas, recitativos suspendidos, pasajes que parecían pausas meditativas. En esos espacios de silencio, el auditorio no era un mero receptor sino parte integral de la música: el silencio, en efecto, “sonaba”.

     La música dejó de ser solo sonido para convertirse en algo trascendental, pues la orquesta logró que algo que podríamos llamar “la atmósfera de la obra” aflore, el público ya no asiste: se sumerge.

Momentos que quedaron grabados

     Hay instantes que no se olvidan. En uno de ellos, un breve solo de cuerdas al que siguió un silencio tan profundo que los asistentes contuvieron la respiración. Ese instante, suspendido, adquirió vida propia. Otro momento fue el dramático contrapunto entre coro y orquesta, donde la tensión se palpaba en la sala.

     Cuando al final del concierto se hizo un segundo de pausa antes del estallido de aplausos, ese silencio anunció que lo que había ocurrido era distinto de lo habitual. Salir del Palau con la sensación de haber «vivido algo especial» no es una hipérbole: fue una constatación de la intensidad de la noche.

La experiencia del público: de espectadores a testigos

     Asistir a una velada de esta naturaleza implica que el público deje de ser un ente pasivo. Desde los primeros compases se establece una complicidad entre escenario y sala. No había distracciones: cada respiración, cada gesto, cada cambio de dinámicas contribuía a una concentración colectiva.

     La emoción contenida, esa especie de expectación suspendida en el aire, transfirió al público una responsabilidad no declarada: participar con su escucha, con su silencio, con su aplauso. Al final, ese aplauso no fue mecánico: fue liberador, merecido, auténtico.

¿Por qué funciona tan bien lo que hicieron?

     Podríamos señalar varias razones:

  • Dirección con sentido profundo: Currentzis no conduce como quien marca un cronómetro; dirige como quien está contando una historia, invitando a ser parte de ella.
  • Ensamble comprometido: musicAeterna es más que técnica; es entrega, densidad sonora, búsqueda de matices, atención al detalle.
  • Programa coherente e intenso: dedicar la velada a Händel permitió explorar variedad expresiva —no sólo lo brillante, sino también lo oscuro, lo meditativo— sin perder unidad.
  • Espacio adecuado: el Palau en Valencia permitió que la acústica y la disposición escénica favorecieran la intimidad y la intensidad, no sólo la exhibición.
  • Impulso hacia lo invisible: la música no sólo se escuchó, se sintió. Esa cualidad —que la música trascienda lo auditivo— es un rasgo habitual en las grandes veladas.

Reflexión final: la música como ceremonia

     Cuando se concluye un concierto y uno siente que ha sido testigo de algo más que una interpretación, se impone una reflexión: ¿puede la música convertirse en ceremonia? Y la respuesta que nos dio esa noche es sí. Porque ceremonia no significa grandilocuencia vacía sino rito: un momento acordado para la transformación, para pasar de lo habitual a lo excepcional. Y esa noche, en Valencia, la música dejó de ser acompañamiento y se convirtió en vehículo para la introspección, para lo colectivo, para lo inaudito.  Al abandonar el teatro, uno llevaba consigo más que el sonido resonando en la cabeza. Llevaba el pulso de una experiencia, una sensación de que la música había alcanzado un territorio donde ya no importaba solo el arte, sino lo vivido. Una noche en la que “la música dejó de ser solo sonido para convertirse en algo trascendental”.

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